miércoles, 27 de octubre de 2010

La política hecha carne

Me resulta un tanto extraño encontrarme escribiendo estas líneas bajo un estado de consternación y de profunda pena por la muerte de nuestro ex- presidente Néstor Kirchner. No me considero una kirchnerista acérrima y tampoco tengo el espíritu militante de los jóvenes peronistas.  Sin embargo, debo reconocer que como simple ciudadana la noticia me ha afectado más de lo que potencialmente me hubiera imaginado. Cuando en el 2003 Néstor asumió la presidencia, jamás pensé que las políticas impulsadas durante su gobierno pudieran siquiera tener atisbos de un modelo encaminado a la transformación social y política. Mucho menos confié en la posibilidad de que un gobierno fuera capaz de devolvernos como sociedad la necesidad de revalorizar la palabra y la discusión como elemento dinamizador de la política. Con esto no quiero decir que la sociedad se encontraba en aquel entonces totalmente desagenciada, y que fue el gobierno kirchnerista el que movilizó el componente conflictivo latente en ella. Simplemente quiero señalar, que las figuras polémicas de Cristina y de Néstor y las acciones y políticas encauzadas por sus gestiones permitieron activar componentes ideológicos, simbólicos y significativos en distintos sectores sociales que hasta ese entonces permanecían adormecidos.  

El conflicto siempre existió, e incluso la figura de Kirchner como presidente es una emergente de la crisis política y social por la que atravesó el país en aquellos años. No obstante, creo que desde 2003 se instaló paulatinamente un modo de hacer política que va desprendiéndose de una concepción del conflicto negativa per se, y que deja abierta la posibilidad de pensarlo en su aspecto más dinámico y revitalizador de los procesos sociales. Lo que vengo a reivindicar de este gobierno es entonces la centralidad que la política – en su aspecto discursivo, simbólico y material – ha adquirido y el “despertar” social que ha movilizado. Sin duda uno podría objetar que el antagonismo político y la polaridad social desatadas por los gobiernos de Cristina y Néstor no son “deseables” para el equilibrio institucional y democrático que uno espera en toda Nación. Y sin embargo, prefiero toda la vida el antagonismo y la polaridad que implican el posicionamiento político determinante y la toma de una postura frente a la realidad material concreta, a la chatura, la liviandad política y la estabilidad institucional que exige buena parte de la sociedad argentina.

En este sentido, quiero repudiar y criticar duramente a aquella parte de la sociedad que hoy se dedicó en un acto de total irresponsabilidad ciudadana y falta de compromiso democrático a celebrar públicamente en diversas redes sociales el fallecimiento de Néstor Kirchner. En primer lugar, porque creo que festejar la muerte de cualquier persona es una acción que expone en toda su esencia la miserabilidad  del ser humano. En segundo lugar, porque resulta un aspecto sintomático de nuestra realidad política que un número importante de ciudadanos se hayan aglutinado bajo un denominador común destructivo de este tipo. Como persona y como ciudadana me causa una profunda tristeza y mucha bronca pensar que gran parte de la ciudadanía haya recibido con alegría la muerte de este líder, que con todas las críticas que podamos hacerle, fue determinante en la toma de ciertas decisiones y medidas políticas, y que supo generar amores y odios entrañables.

Por último, es justamente la capacidad de despertar amores y odios políticos lo que quiero exaltar de las figuras de Cristina y Néstor. Soy joven aún, pero creo que hace tiempo que la política no se vivía, no se sentía y no se hacía carne en el pueblo y en la militancia como sucede hoy. Y si bien tengo críticas para hacerle a este gobierno, y pienso que a partir de allí podemos profundizar los cambios y enaltecer el espíritu constructivo de la política, hoy prefiero destacar el coraje, el compromiso, la pasión y la tenacidad de un líder como Néstor Kirchner que deja un vacío político importante en nuestro país. No es momento de achacar desaciertos e infortunios políticos. Me alegra poder sentirme parte de un proyecto nacional en el que incluso con sus falencias creo. 

Tuve toda la intención de ignorar a quienes insensiblemente no pudieron y no quisieron comparecerse ante el dolor ajeno y respetar mínimamente la tristeza de aquellos pares que hoy sienten la ausencia de un referente político. Lamentablemente como soy de aquellas personas en las que la política se hace carne, de aquellas que viven, sienten y creen en la política y en sus componentes transformadores, no pude y no quise ignorarlos. Ignorar supondría asumir una actitud descomprometida respecto de lo que creemos y defendemos. Es decir, la misma actitud que asumieron aquellos que con tanta liviandad y soltura se alegraron de algo tan desafortunado como la muerte de un ser que ha luchado como tantos otros por lo que creía. Y como a mí no me da lo mismo que exista gente que piensa de ese modo, es que me encuentro escribiendo estas líneas para contribuir mínimamente mediante la palabra a la discusión y manifestar públicamente la necesidad de apoyar al gobierno de Cristina, preservando ante todo nuestra democracia. Una democracia que vale recordar ha sido duramente golpeada durante muchos años en nuestro país. 

Cintia F. Montenegro

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